6.2.09

ciento volando

Recién pasó la oportunidad de la maestría y me quedé, como el chinito, milando.

Ni hablar. Anita reprocha cómo es que mi pasividad puede llevarme a la fustración por la ruta más rápida. Sin embargo, le digo (quizás como consuelo) que bien puede ser tomada como otra oportunidad - aún mayor - de darle un buen punto a mi interminable y confusa tesis.

Recién expliqué, de nuevo, cómo era que funcionaba la idea del rizoma para alcances no necesariamente literarios y entendí que más que un método es una verdadera actitud.

Ahora yo la padezco, porque Anita me habla, mi trabajo me habla, mi casa me habla y todo convive como una sucesión de eventos nada desafortunados pero sí un poco confusos.

Luego, una amiga me habló de la idea del infinito en Borges y me di cuenta cómo es que mi mente decodifica la literatura: a grandes rasgos yo leo a modo visual. Constantemente (y por alguna razón, en blanco y negro)imagino que todo transcurre como si yo fuera un testigo oculto de los eventos. Quizás es que pertenezco al género de los lectores que buscan ser llevados por el narrador hasta el final, siempre tomada por la punta de la nariz.
Sin embargo, desde mi perspectiva, imagino también que charlo sin verbo con los personajes, como si pudiera entrar a sus cabezas y ponerlos en su estado de cuestión.

Mi amiga dice que Borges se presenta como un infinito, sin embargo, por ninguna razón debe ser tomado esto como una alegoría. Este infinito es, en efecto, un espacio que conduce a dimensiones difíciles de concebir (al menos para una profana en el campo de la matemáitca como lo soy yo).

Anita dice que debo dejar de pensar y tomar aquél consejo: cuando uno investiga, intuye u observa debe hacer como en el tango, el objeto es la pareja y uno se deja llevar por la música y la seducción.

Ni hablar (de nuevo). A dárle átomos!