2.12.08

Figurando la cotidianeidad

Bella Durmiente… años y años han pasado.

Ni hablar. Es un hecho empírico lo que hay de infernal dentro de lo cotidiano. Hacía meses que no tocaba una pluma ni un papel a menos que fuera para recopilar citas de libros interesantes, o bien, realizar una serie de recados (anita outsider, anita office boy).
De manera sorpresiva, hoy fue un buen día para hacer una entrada a mi blog-queridodiario (como dijera el buen Samuel)

Los motivos de Anita fueron una inmensidad de lecturas que nada bien se han canalizado y unas cuantas clases de ensayo a las que asistió gustosa.

Tomás Segovia, hacia los años setentas (benditos malditos como dijo Sabina), escribió “El infierno de la literatura” a modo de conferencia que, posteriormente, se convirtió en un ensayo. Segovia mencionaba en muchas líneas (con rompimientos y fugas constantes) cuán infernal podía resultar la literatura en cualquiera de sus aspectos o rostros prismáticos. Alguna vez Anita escribió un cuento en donde intentaba plasmar una infierno helado que caía de pronto en los techos de los citadinos defectuosos (o bien, del DF) y, cuando recuerdo tal empresa, la imagen más esclarecedora que se me viene a la cabeza es aquella en la que el infierno es la negación de la luz divina. El infierno de Tomás Segovia es aquél que, motivado por el hecho literario, impide la impenetrabilidad con el lector, la incapacidad de dejar la escritura y la posibilidad de que ésta lo abandone a uno.

Pero, la pregunta que suscita el porqué de pensar en estos infiernos es ¿Cómo coño es que uno quiere ver en la literatura la posibilidad de huir de los infiernos? Seguro que no fue la del autor ni mucho menos la de Anita ¿Cuál es la pregunta correcta? ¿Qué hace la literatura? Ella provoca deseo al igual que comunica mensajes y el deseo mismo ¿Quién hace literatura? Los escritores y los autores ¿Para qué se hace la literatura? Para que los lectores amen y los autores sean amados (recordando, como se menciona en el texto que se cita, las palabras que respondió Lorca ante la pregunta habitual ¿Porqué excelentísimo señor hace usted literatura? Para que me quieran). Esta última pregunta (y su respuesta) fue la que le dio giros y giros al ensayo que estoy comentando.

Mucha razón hay en las palabras de Segovia y mi interés no es parafrasearlas. El ensayo merece la pena leerse y no manosearse.

Ahora, me interesa narrar mi propio infierno, en la medida que puedo llegar a hacerlo con mayor cercanía que la de cualquier otro que no sea Anita. La pluma me abandonó de forma atroz. La pluma dejó de amarme. Se fueron las palabras de mi cabeza como si se libraran del desastre y dejaron sus casas vacías. No hubo mucha posibilidad de encontrar alguna pista que diera con ellas, así que sólo pude esperar con Anita para ver si había señales. Con las palabras también se fue la imposibilidad de comunicar, o bien, dicho de otro modo, aquello a lo que Pink Floyd llama “Keep talking” (narrado por Stephen Hawking).

No sé si es conocida esa sensación. También la imagino como el pasaje en Cien años de soledad en el que todos enferman terriblemente de insomnio y por eso son presas de la amnesia: cualquier objeto, para evitar que fuera olvidado, debía clasificarse, nominalizarse una y otra vez, de forma escrita y verbal-repetitiva, como aquél recurso que Kafka usa constantemente y produce cierta intuición maquínica (es probable que esta palabra no exista pero me gusta como suena) en su literatura (máquina, máquina, máquina-proceso, proceso, proceso).

Sin palabra y sin discurso, entonces. Alejada por completo del significado y agrupando los recipientes que deja el significante.

¿Cómo entender tales eventos? ¿Cómo volver al interés que antes causaba la ausencia de lo repetitivo y de lo sedentario? Largas noches mirando rayitas en el techo, pero ninguna palabra que emergiera de la penumbra con los entrecomillados que versan “solución”.

Hasta que se me ocurrió un susurro que podría funcionar: no la hay.

Aquél nihilismo al que Nietszche había hecho tan fervorosa alusión encontraba cabida en mí. Soltarse de las amarras y convertir en desierto aquello que se encuentra anquilosado, es la mejor manera de evitar la locura destructiva.

Por fin vuelvo a dormir en paz y por fin le vuelvo a dar la bienvenida a cualquier paciente lector que haya caído en las puertas de este amuleto.

Este no es el fin de mi infierno ni el principio, es sólo un punto de fuga que cede en un momento de productividad; de modo que es probable que cualquiera de los posibles amuletos que circunden el mío puedan entender: esta entrada es un acto de reconocimiento a una mejor manera de abordar lo real.

Mi regalo de bienvenida, después de muchos meses de ausencia escrita, es esta figuración narrada que se versa como una distracción de mi cotidianeidad y una posibilidad de fecundas variaciones.

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