19.8.07
Ficciones con calzador
Hay una relación recíproca entre el que hace ficción y la realidad que le rodea. Carlos Fuentes dice que su cocina (que es donde escribe) está en medio de toda la casa; los hijos gritan, la madre llega, las noticias corren y él, en medio del fluir comunicativo, escribe sus historias.
Ya antes, Günter Grass había mencionado el concepto de “cocina literaria” para designar al espacio físico, mental o sentimental, que el creador ocupa para realizar su trabajo.
Podría suponerse que las cocinas literarias abundan en todas las casas, recámaras y azoteas. Todo aquél que es susceptible de narrar un día es porque tiene una cocina literaria. No se puede saber si esa cocina tiene todos los implementos o es un lugar en el que sólo se cocina lo indispensable. También puede ser todo un artefacto gourmet donde el artista goza de todo tipo de necesidades solventadas.
La mayor parte de las personas mantienen sus cocinas literarias cerradas y, sólo en casos especiales, abren sus puertas para prepararse un bocadillo. Sin embargo, hay otro tipo de personas que dejan las puertas bien abiertas y su cocina todo el tiempo está susceptible a entrar y a salir, para cualquier persona o circunstancia.
Cuando mi cocina está abierta, ocurren cosas rarísimas: ya no me agrada compartir con los otros, no quiero pensar en otra cosa más que en lo que es posible leer y decir, ni quiero que nadie se acerque. Es como si hiciera un guiso espeluznante o como si el estofado fuera a explotar.
No siento que a menudo abra la cocina, sin embargo me doy cuenta de que hay quienes la dejan lapsos de tiempo muy prolongados así. Y ése creo que es mi caso. También veo que entre nosotros, los de las cocinas abiertas, nos detectamos de forma involuntaria.
Las ficciones que ocurren a diario parecieran, entonces, parte de la realidad más ecuánime. Lo demás sólo serían imposturas de un sistema nada convincente. No sistema -con esto me refiero- al conglomerado y maquinaria que hacen la política de una comunidad, si no a todo lo que tendría que ser la decodificación de lo que ocurre a diario. Un sistema correspondiente a los códigos semióticos.
¿Cómo es que se debe ver? Cómo es que debo sentir:
Una mujer está en el metro y no puede dejar de llorar. Su llanto no parece remitir a una frustración, sino a un dolor terriblemente intenso. A una sensación desoladora -mar desolado, sin olas- y a soledad contundente. Los demás la miran sin verla, tratando de ignorarla o de evitar concentrarse en ella. Pareciera que esta actitud corresponde al deseo de no incomodarla, pero sólo yo sé que no es eso: a ellos les molesta su llanto porque les recuerda que ellos también son susceptibles a padecer, a llorar con la misma desazón y desconsuelo, a sentirse igual de desolados. Ella les recuerda que son igual de vulnerables y la única respuesta que recibe es la indiferencia. Llega la última estación, se arropa y se abraza. Luego se baja y camina hacia cualquier dirección, que los demás por lógica ignoramos.
Es, entonces, cuando mi cocina se abre. No sé si la ficción comienza a salir como el asado listo, o sólo comienzo a crear una explicación alterna a lo que no conozco y a lo que quisiera saber.
Hay otras dos posibilidades que explican esta sensación: quiero ser Dios y saber el devenir de todos los que pueden crear devenires. O esta es la verdadera y única situación verosímil: nada hay mejor que hacerme de una o todas las historias posibles, y tampoco hay algo más ruin que actuar con indiferencia al dolor humano. La mujer tendrá acogida en mi cocina y tendrá una historia que explique su llanto y su arrojo. La mujer será un personaje que viva y reviva cada vez que se lea la historia que estoy contando. Y así, su llanto no quedará nunca más impune.
Es su salvación; es su ficción encajada con calzador; es la única manera de sobrevivir al peso incandescente de la cotidianeidad y de las circunstancias; de la vulnerabilidad que implica la vida en sí y por antonomasia; de la muerte a cuenta gotas que todos padecemos.
Me parece, entonces, que es común que nos encontremos. Y yo también bajo del vagón y me dirijo a la dirección que le corresponde a mi ficción, y con la ficción a cuestas de algún otro cocinero expectante, que quizás halla escrito una historia, en donde sólo quería decir que Anita veía a una mujer que se arropaba llorando dentro de un vagón de metro.
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2 comentarios:
Karlita!!!
Gracias por el mensaje que me dejaste en El grado cero. Todavía no termino de caminar Corrientes y van dos veces que lo intento, creo que me falta poco... yo creo que la próxima lo voy a intentar del final hacia el principio. Ojalá le puedas encontrar boleto a Nat.
Mil besos porteños!!!!
Chau linda.
W
Sales mi querido amigo, en eso andamos.
Tienes que escribir todo
chau
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