25.3.07

Avec moi


Mi lamento tiende a ser monótono y cansado. Me incomoda estar con él. Cuando despierto se posa en mi estómago y pienso que es la pesadilla que logro ver en los momentos en que ya no reconozco la vigilia. Luego, me acompaña a trabajar y se sienta frente a mí, detrás del monitor de la computadora. Tiene mirada penetrante, porque sus ojos son rojos y afilados. Sus pupilas son diminutas, lo que me hace pensar que no es nada bueno, porque las personas buenas tienen las pupilas dilatadas. Cuando termina el día laboral y me voy de la oficina, se prende de mi pantalón y se sienta a mi lado en el camión que me lleva a la clase. Durante el trayecto, entra por uno de los poros de mi pierna, luego sube por el torrente sanguíneo hasta que se instala entre el pecho y el cuello. Crea un vacío chiquito pero terrible, que deja siempre solo porque se entretiene empujando mis lágrimas mientras voy caminando. Al llegar a la clase, él se aburre y me permite descansar. Es cuando puedo prestar atención y aprender mucho. Pero, fuera del salón, tampoco me quita la vista de encima. Teme que me pierda de vista y se quede vagando hasta encontrar a otro que dominar. Cunado salgo de la clase, oteo alrededor esperando escapar. A veces lo logro: corro desesperada por las escaleras del lugar, a travieso calles, llego a casa, me arrojo a la cama y, sin poder dar un respiro a mi agotamiento, creo que por fin le he ganado. Pero me doy cuenta que me espera detrás de la puerta, justo cuando la voy a cerrar. Silencio. Ahí vienen las represalias. Ahí se desquita de forma cruel y mis gritos de dolor no los puede escuchar nadie. Todos son Ulises, todos cierran sus oídos con cera caliente e inquebrantable. Luego los dos nos damos un descanso, él en la esquina de mi cama y yo en la esquina de mi cuarto, esa respectiva esquina donde me siento abrazando mis rodillas, pensando que me hundo y caigo en la misma recámara a una luminosa y amena. En ese momento me levanto y me recuesto en la cama, duermo plácida y espero que despierte ahí mismo, y no volver a la otra jamás. Pero mis ojos se abren, como las ventanas de la casa abandonada, y el lamento sigue ahí. Tiende a ser monótono y cansado. Me incomoda estar con él. Cuando me despierto se posa en mi estómago y pienso que es la pesadilla que logro ver en los momentos en que ya no reconozco la vigilia.

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